Koe no Katachi: Una voz silenciosa que denuncia tabús

14.04.2018

Cuando Koe no Katachi estrenó su película en Japón, la aclamadísima Kimi no Na wa. llevaba ya unas pocas semanas en cines, y eclipsó una obra que, en mi opinión, no merecía en absoluto menos atención que su competidora. A ambos filmes precedía el manga original de Koe no Katachi, fantástica obra de Yoshitoki Oima, que trajo a España Milky Way Ediciones. Tras más de un año de espera, Selecta Visión ha hecho lo propio con su adaptación animada, dirigida por Naoko Yamada y producida por Kyoto Animation, que se estrenó en cines hace apenas unas semanas. Y con una llegada tan reciente a nuestro país de esta versión de la historia, y considerando que tenemos disponibles ambas versiones (las dos igualmente recomendables), parece un buen momento para explorar qué hace a Koe no Katachi tan especial.

Por supuesto, el aspecto artístico y técnico de la obra ya claman su calidad a los cuatro vientos. La narrativa y los personajes son fantásticos, y tanto el dibujo de Oima como la animación de KyoAni favorecen indudablemente a ambas versiones. Sin embargo, creo que lo que hace más especial a Koe no Katachi no son estos elementos, sino la parte más profunda de su contenido, que es su reflejo y conexión directa con la realidad. Koe no Katachi presenta, como tantas otras obras de manga y anime, la vida diaria y preocupaciones de unos adolescentes japoneses, pero va mucho más allá: esta voz silenciosa grita sin tapujos tabús que la sociedad trata de esconder e ignorar, y que necesitan salir a la luz sin falta.

Discapacidad

La presentación misma de la historia enfoca la discapacidad auditiva de Shoko como un tema central en la obra. Se considera, de hecho, un condicionamiento que no afecta solamente al personaje, sino también a la interacción de Shoko con todo su entorno. La discapacidad auditiva es un elemento que influye en la vida de Shoko a todos los niveles, desde su estructura familiar (tal y como se explica en el manga) hasta las relaciones que establece con otras personas de su edad. Incluso la obra nos presenta primero a Shoko como una niña con discapacidad y después, ya contextualizada la historia, es cuando se le permite tomar algo de identidad más allá de ese rasgo

Cuando hablamos de discapacidad, algo que cuesta entender pero que es de hecho muy importante es que, en muchas ocasiones, es la sociedad la que invalida a la persona y la incapacita, no la discapacidad. Shoko trabaja constantemente en su intento por integrarse y obtener toda la información que necesita de su entorno para ser tratada como una más, pero la actitud de otros hacia ella es habitualmente cerrarse en banda, exigirle lo que saben que no está a su alcance o sobreprotegerla. Se la invalida, se la incapacita y se la desprecia, o bien se la trata como una persona mucho más frágil y dependiente de lo que es. 

En el contexto familiar, su madre y su hermana adoptan posturas opuestas con respecto a ella. Su madre le exige más fuerza, mientras que su hermana trata de anteponerse a sus problemas para protegerla. Ambas actitudes, en principio tan distintas, tienen un punto en común: ninguna de las dos permite que sea Shoko quien tome decisiones sobre su propia vida, tan personales como qué imagen quiere dar o con quién quiere relacionarse.

En el colegio, la consideración general es que Shoko está capacitada para asistir a una clase con alumnos sin discapacidad, pero en este intento de integración acaba por ignorarse que ella sí tiene una discapacidad. Los profesores se desentienden de este hecho, con lo que acaba recayendo sobre sus compañeros la labor de ayudarla a mantener el ritmo de la clase. A unos niños a los que no se les ha dado ninguna educación sobre discapacidad se los hace responsables, de pronto, de algo que apenas consiguen entender. En consecuencia, acaban viendo a Shoko como una carga de la que no quieren hacerse responsables, en lugar de como a una compañera más. Cuando la miran, ven su discapacidad antes que a ella, y la culpan del esfuerzo que supone un proceso de integración que no tienen intención de llevar a cabo.

Ansiedad social

El motivo por el que Shoya, un niño perfectamente integrado en su entorno, queda excluido es el bullying. Sin embargo, para cuando la historia empieza con su segunda parte, ya con los personajes adolescentes, el problema de Shoya ha evolucionado y cambiado tanto de forma como de nombre. No es fácil encontrar un manga o anime que hable abiertamente del concepto de ansiedad social. Esto, ya de por sí, deja de manifiesto el estigma que este tema arrastra en la sociedad japonesa y su nula visibilidad. Pero aunque en Koe no Katachi se trate como un tema de fondo, gráfica y narrativamente su presencia en la historia es evidente. Los pensamientos intrusivos de Shoya, que se siente constantemente juzgado por sus compañeros; su manera de desviar constantemente la mirada; las cruces que tachan las caras de aquellos a los que prefiere no conocer; su miedo a la gente y al acoso que pueda sufrir si muestra cualquier vulnerabilidad... son elementos que no dejan lugar a dudas. Analizando la actitud de otros personajes y obviando la suya, resulta fácil ver lo ajenos que son todos a un problema que, aunque muy real, está solamente en la cabeza de Shoya.

La forma en que se aferra a las pocas personas que admite en su vida también da muestra del problema que lo atormenta. Está desesperado, pero se culpa de sus situación y acepta y promueve su propia exclusión por puro miedo al rechazo. Se aísla hasta el punto de no entender que hay otros como él, y acepta el rechazo como algo lógico, esperable y natural, racionalizándolo como la consecuencia de sus propias acciones, incluso cuando aquellos de quienes lo esperan no saben lo que hizo. Como se invalida a sí mismo y se convence de que lo normal es que todos lo ignoren, necesita sentir que hay una motivación externa y fácilmente justificable para sentirse con derecho a acercarse a alguien.

Que Shoya borre las caras y desoiga las identidades de aquellos que están a su alrededor no es ninguna clase de castigo a su entorno ni un acto de rebeldía, sino que muestra su sumisión y le sirve de defensa para protegerse de lo desconocido. Mantiene la distancia y evita daños que pudieran surgir al establecer relaciones. Al mismo tiempo, la falta de interacciones le permite mantener un perfil bajo y fácil de pasar por alto.

Shoya pasó su infancia tratando de llamar la atención de su entorno por todos los medios. Criado solamente por su madre, que trabajaba todo el día, sentía la necesidad de hacer ruido y atraer la atención de otros para sentirse validado e integrado. Después de que estos esfuerzos se volvieran contra él cuando superó los límites de la paciencia de los adultos y de los criterios de valoración de otros niños de su edad, se encontró con que, efectivamente, el martillo golpea el clavo que sobresale.

Así, su cambio de actitud se debe principalmente a su miedo al castigo, a verse nuevamente como el foco de las hostilidades. Este instinto de autoconservación está, por otra parte, enfrentado a una culpabilidad tan interiorizada que lo hace convencerse de que no merece vivir, de que su vida no tiene ningún sentido y de que es un ser despreciable. Como sucede muy a menudo en casos de acoso, acaba siendo la propia víctima la principal causante del hostigamiento, incluso cuando el entorno ha cambiado.

Al igual que sucede con la discapacidad, los problemas psicológicos están muy estigmatizados en Japón, y a menudo se ocultan o se ignoran para que no quede de manifiesto que el individuo tiene problemas para seguir las pautas sociales. El hecho de que Shoya llegue a hablar abiertamente de este problema resulta bastante sorprendente, ya que hasta entonces no queda del todo de manifiesto hasta qué punto es consciente de su condición. Aunque no le pone nombre, el simple hecho de que explique cómo le afectan las interacciones sociales es de por sí muy significativo. Sahara, un personaje mucho más secundario, también se presenta como una víctima de acoso que ha desarrollado dificultades sociales. Aunque el enfoque en su caso es mucho menor, sirve de refuerzo al caso de Shoya para señalar las secuelas que el maltrato social puede tener en las víctimas.

Por supuesto, Koe no Katachi cuenta con muchos más elementos dignos de análisis. Sin embargo, creo que estos tres problemas, fácilmente extrapolables a cualquier sociedad, permiten entender por qué esta obra tiene un contenido tan interesante, no solamente para la sociedad japonesa, sino desde un punto de vista internacional. Se trata, además, de tres temas que resultan particularmente incómodos para la sociedad japonesa, la primera en tener acceso a esta historia. Koe no Katachihabla de las dificultades de comunicación y entendimiento, pero también denuncia problemas que para muchos son cotidianos y que, a pesar de ello, al conjunto social le cuesta mucho afrontar.

Sobre esta franquicia

Koe no Katachi es un manga de Yoshitoki Ooima que comenzó a modo de one-shot en 2011 para pasar a ser una serie periódica en 2013. Contará con un largometraje animado a cargo de Kyoto Animation.

Sinopsis

La historia gira en torno a Shouko, una chica sorda que, al llegar a su nuevo colegio, es despreciada por sus compañeros y, sobre todo, por Shouya, un chico que también sufrirá acoso escolar después. Años más tarde, Shouya se siente en la obligación de rencontrarse con Shouko. 



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